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jueves, 29 de diciembre de 2011

Con la sola justicia no podremos resolver los problemas de los hombres. La justicia se enriquece y complementa a través de la misericordia. La justicia y la misericordia se fortalecen mutuamente. Con la justicia a secas, la gente puede quedar herida, la caridad sin justicia sería un simple intento de tranquilizar la conciencia. La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. El Señor, desde la gruta de Belén, nos alienta a hacerlo.



«Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor como está mandado en la Ley del Señor. Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor. Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor Así, vino al Templo movido por el Espíritu.

Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador al que has puesto ante la faz de todos los pueblos, como luz que ilumine a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo.

Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones». (Lucas 2, 22-35)



 José y María suben a Jerusalén para cumplir dos preceptos de la ley: la purificación y el rescate del hijo primogénito. La purificación era el rito que hacía pura a la mujer que había concebido un varón, cuarenta días después del nacimiento. El rescate del primer hijo consistía en ofrecer en sacrificio un cordero si la familia era rica, o un par de tórtolas o dos pichones si la familia, como en el caso de la Sagrada Familia, era pobre. María no había quedado impura, pues su concepción fue obra milagrosa del Espíritu Santo y no de un hombre. Pero la Virgen quiere cumplir la ley y se purifica.

Jesús, cuántas veces no he sabido cumplir tu ley, tus mandamientos. Yo si necesito purificarme. Primero con una confesión bien hecha. Y luego, me puedo purificar más con más oración, con pequeños sacrificios, o ganando indulgencias. «Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él» Jesús, como cuando te encontró Simeón, hoy también estás en el Templo: en el sagrario de cada iglesia. Que no me acostumbre a pasar por delante de una iglesia sin decirte nada. Que me admire siempre de que te hayas quedado tan cerca para que pueda adorarte.


 «En el escándalo del Sacrificio de la Cruz, Santa María estaba presente, oyendo con tristeza a «los que pasaban por allí y blasfemaban» (Mateo 27, 39) (...) Nuestra Señora escuchaba las palabras de su Hijo, uniéndose a su dolor: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27, 46) ¿Qué podía hacer Ella? Fundirse con el amor Redentor de su Hijo, ofrecer al Padre el dolor inmenso -como una espada afilada- que traspasaba su Corazón puro» (Amigos de Dios.-288).

Madre, cuando Jesús murió en la cruz, comprendiste hasta qué punto era cierta la profecía de Simeón: «y a tu misma alma la traspasará una espada». Porque «la espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado «ante todos los pueblos» (CEC.-529).

María, ante semejante plan divino tu respuesta fue heroica: fuiste fiel a Dios, y aceptaste aquel dolor intensísimo a los pies de tu Hijo agonizante. De tal manera te uniste al sacrificio de Jesús, ofreciendo tu dolor por la salvación de todos los hombres, que la Iglesia te llama, con razón, Corredentora: redentora junto con Cristo. Madre, has aceptado la muerte de tu Hijo, para que yo tenga vida divina. ¡Cómo será el amor que me tienes! Qué poco me entero... ¡perdóname! Quiero, desde ahora, apoyarme más en ti, pedirte todo lo que necesite. ¿Cómo me vas a fallar, si te he costado tanto? 



El Niño que contemplamos estos días en el belén es el Redentor del mundo y de cada hombre. Más tarde, durante sus años de vida pública, poco dice el Señor de la situación política y social de su pueblo, a pesar de la opresión que éste sufre por parte de los romanos. Manifiesta que no quiere ser un Mesías político. Viene a darnos la libertad de los hijos de Dios: libertad del pecado, libertad de la muerte eterna, libertad del dominio del demonio, y libertad de la vida según la carne que se opone a la vida sobrenatural.

El Señor, con su actitud, señaló también el camino a su Iglesia, continuadora de su obra aquí en la tierra hasta el final de los tiempos. Es a nosotros los cristianos a quien nos toca ?dentro de las muchas posibilidades de actuación- contribuir a crear un orden más justo, más humano, más cristiano, sin comprometer con nuestra actuación a la Iglesia como tal (PAULO VI, Enc. Populorum progressio).

Hoy podemos preguntarnos si conocemos bien las enseñanzas sociales de la Iglesia, si las llevamos a la práctica personalmente, y si procuramos que las leyes y costumbres de nuestro país reflejen esas enseñanzas en lo que se refiere a la familia, educación salarios, derecho al trabajo, etc.


 Si nos esforzamos por los medios que están a nuestro alcance, en hacer el mundo que nos rodea más cristiano, lo estamos convirtiendo a la vez en más humano. Y, al mismo tiempo, si el mundo es más justo y más humano, estamos creando las condiciones para que Cristo sea más fácilmente conocido y amado.

Además de pedir cada día por los responsables del bien común, -pues de ellos dependen en buena medida la solución de los grandes problemas sociales y humanos-, hemos de vivir, hasta sus últimas consecuencias, el compromiso personal y sin inhibiciones, y sin delegar en otros la responsabilidad en la práctica de la justicia, al que nos urge la Iglesia. ¿Se puede decir de nosotros que verdaderamente, con nuestras palabras y nuestros hechos, estamos haciendo un mundo más justo, más humano?


 Con la sola justicia no podremos resolver los problemas de los hombres. La justicia se enriquece y complementa a través de la misericordia. La justicia y la misericordia se fortalecen mutuamente. Con la justicia a secas, la gente puede quedar herida, la caridad sin justicia sería un simple intento de tranquilizar la conciencia. La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. El Señor, desde la gruta de Belén, nos alienta a hacerlo.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

EL MARTIRIO DE LOS INOCENTES.........................................................También hoy, Jesús, eres un peligro para muchos que no quieren compartir su poder, sus posesiones, su comodidad, su tiempo. ¡Y Tú lo pides todo! Por eso, intentan olvidarte por todos los medios. Para intentar matarte, Herodes asesina a los niños pequeños de Belén. ¿Cómo permites, Señor, que existan hombres tan crueles? Tú sabes más, y prefieres darnos el don de la libertad, aunque a veces no sepamos usarlo para el bien. Además, Tú siempre sacas bienes incluso de los peores males.



«Después que se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

Entonces Herodes, al ver que los Magos le habían engañado, se irritó en extremo, y mandó matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande: Es Raquel que llora a sus hijos y no admite consuelo, porque ya no existen.» (Mateo 2, 13-18)



I. Jesús, aún eres recién nacido y ya hay gente que te odia. No has dicho nada, y el mismo rey Herodes quiere tu muerte. ¿Por qué? Porque eres un peligro para él, porque no quiere compartir con nadie su realeza.

También hoy, Jesús, eres un peligro para muchos que no quieren compartir su poder, sus posesiones, su comodidad, su tiempo. ¡Y Tú lo pides todo! Por eso, intentan olvidarte por todos los medios. Para intentar matarte, Herodes asesina a los niños pequeños de Belén. ¿Cómo permites, Señor, que existan hombres tan crueles? Tú sabes más, y prefieres darnos el don de la libertad, aunque a veces no sepamos usarlo para el bien. Además, Tú siempre sacas bienes incluso de los peores males.

Esos niños mueren en tu lugar, mueren por Ti. Por eso son considerados los primeros mártires y santos que dieron su vida por Cristo. Son los santos inocentes. Este sacrificio ha sido extraordinariamente fecundo para ellos y para la humanidad entera. Estos niños, sin darse cuenta, son un gran ejemplo para los cristianos de todos los tiempos. Dieron su vida por Ti. Te confesaron delante de los hombres no con palabras, sino con su propia sangre.

Ayúdame a ser cristiano «de obras», y no sólo «de palabras»: que con mi trabajo sacrificado y bien hecho, y con mis detalles inadvertidos de servicio, sepa dar testimonio de Ti ante los que me rodean.


II. «Me gustaría gritar al oído de tantas y de tantos: no es sacrificio entregar los hijos al servicio de Dios: es honor y alegría» (Surco.-22).

Jesús, ¡cómo debieron sufrir las madres de los santos inocentes! Perdieron a sus hijos para siempre. No sabían, que estaban entregando sus hijos para salvar al Redentor del mundo. No sabían que aquellos hijos formarían parte de los escogidos para estar muy cerca de Dios, en el Reino de los Cielos.

Jesús, también hoy necesitas hombres y mujeres totalmente entregados a tu servicio. Para que puedan dártelo todo, tienes que llamarlos pronto, cuando son muchachas y muchachos en plena juventud. Tienen toda la vida por delante; Tú se la pides, y ellos -por puro amor- entienden que la necesitas. Y te la dan. Pero a veces, Jesús, aparecen problemas familiares: la madre y/o el padre no entienden la vocación de su hijo, y empiezan a poner trabas a su entrega: le dificultan su formación y su contacto con los que le pueden ayudar a vivir el camino escogido; o le torturan sentimentalmente con todo tipo de razonamientos humanos.

No se dan cuenta de que «los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino» (CEC.-2233). «Me gustaría gritar al oído de tantas y de tantos: no es sacrificio entregar los hijos al servicio de Dios.» Es sacrificio, pero sacrificio gustoso -aunque salte alguna lágrima- si hay suficiente fe. ¿No quiere una buena madre o un buen padre lo mejor para sus hijos? ¿Y qué es mejor que haber sido escogido por Dios para darle toda la vida en su servicio? Para una persona con fe, tener una hija o un hijo tan amado por Dios será siempre un honor y una alegría.



EL MARTIRIO DE LOS INOCENTESI. En el Evangelio de la Misa leemos el relato del sacrificio de los niños de Belén ordenado por Herodes. No hay explicación fácil para el sufrimiento, y mucho menos para el de los inocentes. El sufrimiento escandaliza con frecuencia y se levanta ante muchos como un inmenso muro que les impide ver a Dios y su amor infinito por los hombres. ¿Porqué no evita Dios todopoderoso tanto dolor aparentemente inútil?

El dolor es un misterio y, sin embargo, el cristiano con fe sabe descubrir en la oscuridad del sufrimiento, propio o ajeno, la mano amorosa y providente de su Padre Dios que sabe más y ve más lejos, y entiende de alguna manera las palabras de San Pablo: para los que aman a Dios, todas las cosas son para bien (Romanos 8, 28), también aquellas que nos resultan dolorosamente inexplicables o incomprensibles.


II. La Cruz, el dolor y el sufrimiento, fue el medio que utilizó el Señor para redimirnos. Desde entonces el dolor tiene un nuevo sentido, sólo comprensible junto a Él. El Señor no modificó las leyes de la creación: quiso ser un hombre como nosotros. Pudiendo suprimir el sufrimiento, no se lo evitó a sí mismo. Él quiso pasar hambre, y compartió nuestras fatigas y penas. Su alma experimentó todas la amarguras: la indiferencia, la ingratitud, la traición, la calumnia, la infamante muerte de cruz, y cargó con los pecados de la humanidad.

Los Apóstoles serían enviados al mundo entero para dar a conocer los beneficios de la Cruz. El Señor quiere que luchemos contra la enfermedad, pero también quiere que demos un sentido redentor y de purificación personal a nuestros sufrimientos. No les santifica el dolor a aquellos que sufren a causa de su orgullo herido, de la envidia y de los celos porque esta cruz no es la de Jesús, sino nuestra, y es pesada y estéril.

El dolor ?pequeño o grande-, aceptado y ofrecido al Señor, produce paz y serenidad; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y rebelde, y se manifiesta en forma de tristeza y mal humor. 


III. La esperanza del Cielo es una fuente inagotable de paciencia y energía para el momento del sufrimiento fuerte. Nuestro Padre Dios está siempre muy cerca de sus hijos, los hombres, pero especialmente cuando sufren. La fraternidad entre los hombres nos mueve a ejercer unos con otros este misterio de consolación y ayuda. Pidamos hoy a la Virgen y a los Santos Inocentes que nos ayuden a amar la mortificación y el sacrificio voluntario, a ofrecer el dolor y a compadecernos de quienes sufren. 

martes, 27 de diciembre de 2011

«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Le dijeron: Podemos» (Mateo 20,22). Juan pudo estar al pie de la cruz, porque tenía un amor recio, fuerte, porque era un hombre puro. La pureza es el amor sin egoísmos sentimentales, sin frivolidades, sin mezclas. «La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella»



«El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto. Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos caídos, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos caídos, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no caído junto con los lienzos, sino aparte, todavía en rollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó.
 (Juan 20, 2-8)


I. Jesús, hoy -fiesta del apóstol adolescente, del más joven de los que llamaste para ser tus testigos directos-, puedo aprender a quererte un poco más. ¡Cómo te quería Juan! También Tú le mostraste un especial afecto. Por eso Juan se llama a sí mismo el «discípulo al que Jesús amaba,» el discípulo amado. Ojalá sea tal mi comportamiento diario que Tú puedas llamarme también así.

Jesús, cuando Juan el Bautista te señaló como «el Cordero de Dios» (Juan 1,36), Juan y su amigo Andrés te siguieron. «Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con él. Era alrededor de la hora décima» (las cuatro de la tarde) (Juan 1,39).

¡Qué grabado se le quedó aquel primer encuentro contigo!; tanto que, aun cuando era ya muy mayor al escribir su Evangelio, se acordaba incluso de la hora en que ocurrió. A partir de entonces, Juan empieza a hacer apostolado, contándole a su hermano Santiago lo que le habías explicado aquella tarde. Juan fue conociéndote más día a día; mientras, Tú te ibas metiendo en su vida, llevándole por caminos de más entrega, de más amor.

Juan fue fiel en esta etapa de preparación para su llamada. No quiso poner trabas ni limites. No quiso acercarse... pero sólo a medias, para no complicarse la vida. Por eso supo decir que sí y dejarlo todo cuando Tú le llamaste, junto con Santiago, a la orilla del mar de Galilea: «dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueran tras él» (Marcos 1,20).

II. La pureza limpísima de toda la vida de Juan le hace fuerte ante la Cruz. - Los demás apóstoles huyen del Gólgota: él, con la Madre de Cristo, se queda. -No olvides que la pureza enrecia, viriliza el carácter». (Camino.-144).

Jesús, cuando la madre de Santiago y Juan te pide los mejores lugares para sus hijos, respondes: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Le dijeron: Podemos» (Mateo 20,22). Juan pudo estar al pie de la cruz, porque tenía un amor recio, fuerte, porque era un hombre puro. La pureza es el amor sin egoísmos sentimentales, sin frivolidades, sin mezclas. «La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella» (CEC.-2338).

Jesús, en el momento más intimo de tu vida, en la última cena, Juan está a tu lado: «Estaba recostado en el pecho de Jesús uno de los discípulos, el que Jesús amaba» (Juan 13,23). Su pensamiento y su corazón se identifican contigo. Sabes bien a quién vas a dejar con tu madre: «He ahí a tu madre» (Juan 19,27). Desde entonces, Juan y, con él, todos los hombres -yo también- son hijos de Maria.

Jesús, quieres que sea un buen hijo de Maria, y para eso he de parecerme más a Ti, siguiendo el ejemplo del apóstol Juan. Juan es el primer apóstol en llegar al sepulcro vacío después de tu Resurrección. Sólo Pedro y él tienen el amor y la esperanza suficientes para hacer caso a las mujeres. Espera fuera a Pedro, que es ya tu sucesor: el primer Papa. Luego entrando él, «vio y creyó». Tú le diste entonces esa fe gigante que convertiría miles de almas.

Dame, Jesús, la fe, esperanza y caridad -amor puro y fuerte- que hicieron de Juan tu discípulo amado.





Sabemos de San Juan que desde que conoció al Señor, no le abandonó jamás. Cuando ya anciano escribe su Evangelio, no deja de anotar la hora en la que se produjo el primer encuentro con Jesús: Era alrededor de la hora décima (Juan 1, 39), las cuatro de la tarde. No tendría aún veinte años cuando correspondió a la llamada del señor (Santos Evangelios, EUNSA), y lo hizo con el corazón entero, con un amor indiviso, exclusivo.

Toda la vida de Juan estuvo centrada en su Señor y Maestro; en su fidelidad a Jesús encontró el sentido de su vida. Ninguna resistencia opuso a la llamada, y supo estar en el Calvario cuando todos los demás habían desaparecido. Así ha de ser nuestra vida: Jesús espera de cada uno de nosotros una fidelidad alegre y firme, como fue la del Apóstol Juan. También en los momentos difíciles.


II. Junto con Pedro, San Juan recibió del Señor particulares muestras de amistad y de confianza. El Evangelista se cita discretamente a sí mismo como el discípulo a quien Jesús amaba (Juan 13, 23; 19, 26 etc.). La suprema expresión de confianza en el discípulo amado tiene lugar cuando, desde la Cruz, el Señor le hace entrega del amor más grande que tuvo en la tierra: su santísima Madre (Juan 19, 26-27).

Hoy, en su festividad, miramos a San Juan con una santa envidia por el inmenso don que le entregó el Señor, y a la vez hemos de agradecer los cuidados que con Ella tuvo hasta el final de sus días aquí en la tierra. Hemos de aprender de él a tratar a nuestra Madre con confianza: Juan recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. El Evangelio, al relatarnos la vida de Juan, nos invita a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestra vida.


III. Hemos de pedirle a San Juan que nos enseñe a distinguir el rostro de Jesús en medio de las realidades en las que nos movemos, porque Él está muy cerca de nosotros y es el único que puede darle sentido a lo que hacemos. San Juan nos insiste en mantener la pureza de la fe y la fidelidad del amor fraterno (Santos Evangelios, EUNSA). Ya anciano repetía a sus discípulos continuamente: "Hijitos, amaos los unos a los otros". Le preguntaron por su insistencia en repetir lo mismo, y respondía: "Este es el mandamiento del Señor y, si se cumple, él solo basta".

Le pedimos a San Juan que nos enseñe a tratar a la Virgen y a los que están a nuestro alrededor, con el mismo amor que él trató a los que estaban cerca de él.

sábado, 24 de diciembre de 2011

¿NAVIDAD VERSUS PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN?




Museo del Císter


Niño Jesús de la Espina, obra de taller malagueño del siglo XVII.
Museo de Arte Sacro, Abadía del Císter, Málaga



Las Navidades son unas fiestas alegres; celebramos la venida al mundo de nada más y nada menos que del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, Dios de Dios, Luz de Luz...  Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros (...) (Jn 1, 14); la salvación vino a nuestra casa, Dios se hace uno de los nuestros, ¿cómo no íbamos a celebrarlo? Y aunque la Iglesia en un principio estaba articulada completamente en torno a la Resurrección de Cristo, poco a poco, y sobre todo en el siglo IV (siendo San Francisco de Asís más tarde, en el siglo XIII una especia de "Apóstol de la Navidad"), 

cuando aparece la fiesta litúrgica, la Iglesia comprendió la necesidad de festejar el Nacimiento de Jesucristo, porque es el verdadero inicio de la culminación de la Historia de la Salvación. Para redimir al género humano, Dios quiso cargar con nuestros pecados, dar su vida en sacrificio por nosotros para que tuviéramos vida eterna, y mostrarno lo que verdaderamente es el hombre, porque ningún hombre hubo, hay, ni habrá como Jesús; pero para todo esto, evidentemente, tenía que encarnarse, y así fue. He ahí la importancia de la Navidad.

Dicho esto, no debemos olvidar que la auténtica victoria sobre la muerte y el pecado viene con la pasión, muerte y Resurrección de Cristo. Nada hubiera valido entonces.

 Como dijo San Pablo, Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados (1Co, 15, 17). Por tanto, aún en estas fechas navideñas, como en el resto del año litúrgico, debemos tener en cuenta esto; de hecho, también en este tiempo, la liturgia gira en torno al Santo Sacrificio de la Eucaristía. No quiere decir que la Navidad no pueda festejarse, faltaría más; hay que estar alegres y contentos, porque nos ha nacido un Salvador; si así lo dijo el Ángel a los pastores, 

¿cómo íbamos a estar nosotros de luto? ¡Si es para saltar de alegría, y tocar la zambomba, la pandereta, y comer mantecados (y os aconsejo los roscos de vino de El Cid, marca malagueña)!

 Pero siempre sin perder de vista que la Navidad, el Nacimiento de nuestro Redentor, es el comienzo de la implantación del Reino de Dios, que tiene su punto álgido (hasta que llegue la segunda venida) en la Resurrección del Hijo de Dios. El arte cristiano ha sabido interpretar desde siempre en este sentido toda la vida de Jesús, incluído su Nacimiento e iInfancia. No hay más que pensar, por ejemplo, en los llamados Niños de 

Pasión barrocos que podemos contemplar en el Museo de Arte Sacro de la Abadía de Santa Ana del Císter (esculturas del Niño Jesús que parecen predecir su muerte redentora  -corona de espina, etc.-), o el mismísimo icono bizantino de la Virgen del Perpetuo Socorro, al menos del siglo XV, en el que la Virgen María sale con Jesús en brazos, en postura de haber llegado corriendo asustado (se le cae el calzado de un pie), y sobre ellos aparecen los arcángeles Miguel y Gabriel, con los atributos de la pasión (esponja -para el vinagre-, la lanza, la cruz y los clavos).

¿Y qué decir de la tradición popular, recogida en el villancico tan famoso para los españoles de Dime niño de quién eres? ¿Recordáis la letra?
 
Dime Niño de quien eres
y si te llamas Jesús.
Soy amor en el pesebre
y sufrimiento en la Cruz.
 
Por tanto, celebremos la Navidad, con alegría y felicidad, como el Niño Jesús merece, pero siempre con la vista puesta en la Resurrección del Redentor Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el mismo Dios.
 

Una bonita historia de Navidad contada por niños




Una bonita historia de Navidad contada a través de los niños. 


¿Dónde vas a pasar la Navidad este año? .....Tradiciones navideñas ..... la Misa de Navidad....





¿Dónde vas a pasar la Navidad este año? 

Es una pregunta frecuente en estas fechas. Lo que queremos saber con esta pregunta, por lo general, es dónde o con quién van a pasar la cena de Navidad del día 24. Porque se trata de una noche especial en la que se cena bien, rodeado de la familia, se hacen regalos y se brinda y canta.

Evidentemente, para los cristianos, la esencia de la Navidad no consiste en una cena familiar y festiva, cosa que no me parece nada mal por cierto, más aún la espero con gusto y disfruto de esas cosas como el que más.

No, para los católicos, el corazón de la navidad está en la Misa. Por cierto, te has dado cuenta que la palabra inglesa Christ-Mass lo dice (Misa en inglés se dice Mass). El lugar y el momento central de la Natividad del Señor ocurre en la celebración -en muchos sitios es a media noche- del Santo sacrificio de la Misa.
Jesús nació en Betlen, palabra hebrea que significa “Casa del Pan”. En su cumpleaños, vuelve a nacer en Betlen, a esa su hogar-casa de pan que es la Eucaristía, por eso nos acercamos al hogar de la hogaza de la Sagrada Comunión, y como familia suya que somos le celebramos con alegría de fiesta.
Jesús nació en un pesebre. Y acaso el pesebre no es un lugar para el alimento de los animales porque Él deseaba ser alimento para nuestras almas. Él nos alimenta en la Misa.

Todo un Dios se oculta en el Niño de Belén, con un aspecto inocente, humilde, en la naturaleza humana de un pequeñín. De igual modo, ahora quiere ocultarse también en las apariencias humildes del pan y del vino.

Si en la primera Natividad, el Hijo de Dios, tomó carne y sangre humanas, en cada Misa, el mismo Jesucristo -con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad- viene para estar con nosotros en el altar y en nuestras almas (es el Dios-con-nosotros). De algún modo así ocurre cada día en cada Misa.

Árboles de Navidad, villancicos, felicitaciones, regalos, cenas, familias, amigos, luces, fiestas y todas las tradiciones navideñas que quieras… Bien ¡Pero no es suficiente! Te falta lo esencial, la mayor tradición navideña de todas:  ¡la Misa en la fiesta de la Navidad!

Por lo tanto. . . ¿Dónde vas a pasar la Navidad este año? ¡Nos vemos en la Misa! A y piénsate en llevarle algún regalo para María y José

A TI, NIÑO.....Que paséis un buen rato viendo este vídeo.Acerca de los Villancicos




Acerca de los Villancicos y de lecciones teológicas de tres niñas a su papá. Que paséis un buen rato viendo este vídeo.

¿Por qué Jesús es mejor que Santa Claus....Les Prometo encomendarlos en la Misa Esta noche.


Me gustaria Poder enviar un Mensaje PERSONALIZADO para Cada uno Uno de mis amigos y Familiares, 
Pero La Vida no me da para tanto. 

Les Prometo encomendarlos en la Misa Esta noche. 

De Momento les envío un Mensaje 

Que Me parecio Muy simpático.

Feliz Navidad!  
a todos los seguidores de mi Blog


 ¿Por qué Jesús es mejor que Santa Claus vive Santa Claus en el Polo Norte ... 

Jesús está en todas partes. 

Santa monta en un trineo ... 

JESUS cabalga sobre el viento y camina sobre el agua. 

Santa viene una vez al año ... 

Jesús es una ayuda siempre presente. 

Santa llena tus calcetines con regalitos ...

JESÚS suple todas tus necesidades. Santa baja por tu chimenea sin invitación .. .

 Jesús está a su puerta y llama, y luego entra en tu corazón cuando se le invita.

 Tienes que esperar en fila para ver a Santa ... 

Jesús está tan cerca como el hecho de mencionar su nombre.

 Santa te deja sentarte en sus piernas ... 

Jesús te deja descansar en sus brazos. 

Santa no sabe tu nombre, todo lo que se puede decir que el niño o la niña es: 

"¿Cuál es tu nombre?" ... 

Jesús sabía su nombre antes que tú. No solo sabe su nombre, también sabe tu dirección. Él conoce su historia y el futuro y él ni siquiera sabe cuántos cabellos hay en tu cabeza.

 Santa tiene una barriga como un cuenco lleno de mermelada ... 

Jesús tiene un corazón lleno de amor. 

Todos los de Santa puede ofrecer es HO HO HO ... Jesús ofrece salud, ayuda y esperanza. Santa dice: "No llores" ... 

Jesús dice: "Hecha tus cargas sobre mí, que yo cuidaré de ti." pequeños ayudantes de Santa hacen juguetes ...

Jesús hace nueva la vida, repara corazones lastimados y casas reparaciones roto, y construye mansiones. 
Santa puede hacer reír, pero ... 
Jesús te da alegría que es su fuerza. 

Mientras Santa pone regalos bajo el árbol ... 

Jesús fue nuestro regalo y murió en un árbol. Es obvio que realmente no hay comparación. Tenemos que recordar la OMS Navidad está todo alrededor. Tenemos que volver a poner a Cristo en Navidad. 

Jesús sigue siendo el motivo de la temporada. Sí, Jesús es mejor, es incluso mejor que Santa Claus!




Why Jesus Is Better than Santa Claus
 
Santa lives at the North Pole ...
JESUS is everywhere.
 
Santa rides in a sleigh ...
JESUS rides on the wind and walks on the water.
 
Santa comes but once a year ...
JESUS is an ever-present help.
 
Santa fills your stockings with goodies ...
JESUS supplies all your needs.
 
Santa comes down your chimney uninvited ...
JESUS stands at your door and knocks, and then enters your heart when invited.
 
You have to wait in line to see Santa ...
JESUS is as close as the mention of His name.
 
Santa lets you sit on his lap ...
JESUS lets you rest in His arms.
 
Santa doesn't know your name; all he can say to the little boy or girl
is, "What's your name?" ...
JESUS knew your name before you did. Not only does He know your name,
He also knows your address. He knows your history and future and He
even knows how many hairs are on your head.
 
Santa has a belly like a bowl full of jelly ...
JESUS has a heart full of love.
 
All Santa can offer is HO HO HO ...
JESUS offers health, help, and hope.
 
Santa says, "You better not cry" ...
JESUS says, "Cast all your cares on me, for I care for you."
 
Santa's little helpers make toys ...
JESUS makes new life, mends wounded hearts, repairs broken homes, and
builds mansions.
 
Santa may make you chuckle, but ...
JESUS gives you joy that is your strength.
 
While Santa puts gifts under your tree ...
JESUS became our gift and died on a tree.
 
It's obvious there is really no comparison. We need to remember WHO
Christmas is all about. We need to put Christ back in CHRISTmas. Jesus
is still the reason for the season.
 
Yes, Jesus is better, he is even better than Santa Claus!

jueves, 22 de diciembre de 2011

En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso. La virtud de la humildad ?que tanto se transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad (SANTA TERESA, Moradas rectas), es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia.



«María exclamó: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las naciones. Porque ha hecho en mi cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo, cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen.

Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según había prometido a nuestros padres, a Abrahán y a su descendencia para siempre. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa». (Lucas 1, 46-56)



I. El Evangelio de hoy se conoce como el canto del Magníficat, porque así empieza este discurso de la virgen en latín: «Magníficat anima mea Dominum - Mi alma glorifica al Señor. Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador»: saberse querido por Dios, que me salva de mis pecados y se preocupa de mis necesidades, es la fuente de la verdadera alegría. En el Magníficat, madre, abres tu corazón purísimo y me das a conocer algo tu unión íntima con Dios: «Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava».

Te das perfecta cuenta de que todo lo que tienes se lo debes a Dios, y de que Él te lo ha dado porque se ha fijado en tu humildad. Esta es la virtud humana más importante, la única sobre la que Dios puede construir el edificio de la santidad: «dispersó a los soberbios de corazón y ensalzó a los humildes.» ¿Cómo va mi humildad? ¿Me doy cuenta de que todo lo que tengo inteligencia, familia, amigos, posición social se lo debo a Dios? Madre, ayúdame a que nunca pierda esto de vista. «Cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen.»

Madre, me recuerdas también que Dios está siempre dispuesto a perdonar, a compadecerse de mi, si yo reconozco mis culpas, si tengo ese temor filial que es el temor a perder la gracia, la amistad con Dios. Madre, que no me acostumbre al pecado, pues en ese caso haría inefectiva la misericordia de Dios.

II. «Recordad la escena de la Anunciación: baja el Arcángel, para comunicar la divina embajada -el anuncio de que sería Madre de Dios-, y la encuentra retirada en oración. María está enteramente recogida en el Señor cuando San Gabriel la saluda: «Dios te salve, ¡oh, llena de gracia!, el Señor es contigo». Días después rompe en la alegría del Magníficat -ese canto mariano, que nos ha transmitido el Espíritu Santo por la delicada fidelidad de San Lucas-, fruto del trato habitual de la virgen Santísima con Dios.

Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han sido protagonistas. Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo, incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado: «mi alma glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava».

Los hijos de esta Madre buena, los primeros cristianos, han aprendido de Ella, y también nosotros podemos y debemos aprender» (Amigos de Dios.-241). Madre, quiero aprender de ti a tener ese trato habitual con Dios. No es un trato teórico: tu oración te lleva a vivir los acontecimientos más corrientes metida en Dios, con visión sobrenatural, con afán de servicio.

«La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magníficat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe» (CEC.-2622). Madre, el Magníficat es una prueba de lo mucho que has meditado la Sagrada Escritura. Yo también debo meditarla -especialmente el Evangelio- para que pueda luego imitar a Cristo en mi vida

En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso. La virtud de la humildad ?que tanto se transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad (SANTA TERESA, Moradas rectas), es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia.

La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden natural como en el de la gracia, a Dios pertenece. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez o la mediocridad. La humildad no se opone a que tengamos conciencia de los talentos recibidos, ni a disfrutaros plenamente con corazón recto; la humildad no achica, agranda el corazón. A María, Nuestra Madre le pedimos que nos ayude a alcanzar esta virtud que Ella tanto apreció.


II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes y sin ella ninguna podría desarrollarse. No es posible la santidad sin una lucha eficaz por adquirir esta virtud; ni siquiera podría darse una auténtica personalidad humana. La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad: "la morada de la caridad es la humildad" (Sobre la virginidad), decía San Agustín. Muchas faltas de caridad han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo, egoísmo, deseos de sobresalir.

El que es humilde no gusta de exhibirse, sabe que ocupa un puesto para servir, para cumplir una misión. Hemos de estar en nuestro sitio, trabajando para Dios, y evitar que la ambición nos ofusque, y menos convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos, para los que quizá no serviríamos. La persona humilde conoce sus limitaciones y posibilidades, es siempre una ayuda, tiene paciencia con los defectos de quienes lo rodean, y evita el juicio negativo sobre los demás.


III. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla al Señor; ser dóciles en la dirección espiritual; recibir con alegría la corrección fraterna; aceptar las humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia rápida y alegre; y sobre todo la alcanzaremos en el servicio a los demás.

Jesús es el ejemplo supremo de humildad, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud como Él lo hizo. María, al confesarse esclava del Señor, se llena de gozo. Nosotros lo tendremos si somos humildes como Ella.
riano,� x o �E� P�� nsmitido el Espíritu Santo por la delicada fidelidad de San Lucas-, fruto del trato habitual de la virgen Santísima con Dios.

Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han sido protagonistas. Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo, incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado: «mi alma glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava».

Los hijos de esta Madre buena, los primeros cristianos, han aprendido de Ella, y también nosotros podemos y debemos aprender» (Amigos de Dios.-241). Madre, quiero aprender de ti a tener ese trato habitual con Dios. No es un trato teórico: tu oración te lleva a vivir los acontecimientos más corrientes metida en Dios, con visión sobrenatural, con afán de servicio.

«La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magníficat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe» (CEC.-2622). Madre, el Magníficat es una prueba de lo mucho que has meditado la Sagrada Escritura. Yo también debo meditarla -especialmente el Evangelio- para que pueda luego imitar a Cristo en mi vida


lunes, 19 de diciembre de 2011

«No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada». Jesús, que aprenda a perseverar en la oración, siguiendo el consejo de san Juan Crisóstomo: «Cuando le digo a alguno: Ruega a Dios, pídele, suplícale, me responde: ya pedí una vez, dos, tres, diez, veinte veces, y nada he recibido. No ceses, hermano, hasta que hayas recibido; la petición termina cuando se recibe lo pedido. Cesa cuando hayas alcanzado; mejor aún, tampoco entonces ceses. Persevera todavía. Mientras no recibas pide para conseguir y cuando hayas conseguido da gracias» (San Juan Crisóstomo).



«Hubo en tiempos de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la familia de Abías, cuya mujer descendiente de Aarón, se llamaba Isabel. Ambos eran justos ante Dios, y caminaban intachables en todos los mandamientos y preceptos del Señor; no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada. Sucedió que, al ejercer él su ministerio sacerdotal delante de Dios, cuando le tocaba el turno, le cayó en suerte, según la costumbre del Sacerdocio, entrar en el Templo del Señor para ofrecer el incienso; y toda la concurrencia del pueblo estaba fuera orando durante el ofrecimiento del incienso.

Se le apareció un ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Y Zacarías se turbó al verlo y le invadió el temor Pero el ángel le dijo: No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada, así que tu mujer Isabel dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Será para ti gozo y alegría; y muchos se alegrarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor será lleno del Espíritu Santo ya desde el vientre de su madre, y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios; e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto.

Entonces Zacarías dijo al ángel: ¿Cómo podré yo estar cierto de esto? pues yo soy viejo y mi mujer de edad avanzada. Y el ángel le respondió: Yo soy Gabriel, que asisto ante el trono de Dios, y he sido enviado para hablarte y darte esta buena nueva. Desde ahora, pues, te quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no has creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo». (Lucas 1, 5-20)


I. Jesús, se acerca el momento tan esperado desde siglos. Y, antes de que nazcas Tú, nacerá Juan el Bautista, el precursor, que «irá delante de Ti con el espíritu y el poder de Elías para convertir los Corazones» de todo el pueblo. Como en tantas ocasiones -para que se vea que la obra es tuya- escoges medios poco adecuados a los ojos humanos: «Isabel era estéril y los dos de edad avanzada.» Sin embargo, sobrenaturalmente, están preparados, pues «ambos eran justos ante Dios, y caminaban intachables en todos los mandamientos y preceptos del Señor».

Sabes bien a quién escoges. Porque no te cuesta nada hacer que la mujer estéril sea fértil, o que vea un ciego, o que se levante el paralítico. Lo que te cuesta es hacer justo al injusto, pues necesitas que se convierta libremente. Si yo no quiero cambiar, luchar más, intentar mejorar aquel defecto o aquel otro, Tú -con todo tu poder- no puedes hacer nada.


II. « ¡Llénate de fe, de seguridad! Nos lo dice el Señor por boca de Jeremías: «orabitis me, et ego exaudíam vos» siempre que acudáis a Mí, ¡siempre que hagáis oración!, Yo os escucharé» (Forja.-228).

¡Cuántos años habría estado Zacarías pidiendo a Dios poder tener un hijo! Ahora, en su vejez, cuando parece imposible obtener ya esa gracia, se la concedes:

«No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada». Jesús, que aprenda a perseverar en la oración, siguiendo el consejo de san Juan Crisóstomo: «Cuando le digo a alguno: Ruega a Dios, pídele, suplícale, me responde: ya pedí una vez, dos, tres, diez, veinte veces, y nada he recibido. No ceses, hermano, hasta que hayas recibido; la petición termina cuando se recibe lo pedido. Cesa cuando hayas alcanzado; mejor aún, tampoco entonces ceses. Persevera todavía. Mientras no recibas pide para conseguir y cuando hayas conseguido da gracias» (San Juan Crisóstomo).

Lléname de seguridad y de fe, Jesús. Que no me pase como a Zacarías cuando se le apareció Gabriel. Que no me tengas que decir: no puedo ayudarte más porque no has creído en mis palabras. Que no deje de pedir por lo que me preocupa hasta que me lo concedas; y entonces, que no deje de darte gracias. De este modo, mi oración será continua, perseverante, confiada y filial, como corresponde a un buen hijo de Dios.



Jesús se enfada con los discípulos cuando intentan alejarle a los niños que se arremolinan a su alrededor. Él está a gusto con las criaturas. Nosotros hemos de acercarnos a Belén con las disposiciones de los niños: con sencillez, sin prejuicios, con el alma abierta de par en par. Es más, es necesario hacerse como niño para entrar al Reino de los Cielos: si no os convertís como niños no entraréis al Reino de los Cielos (Mateo 18, 3), dirá el Señor en otra ocasión.

Jesús no recomienda la puerilidad, sino la inocencia y la sencillez. El niño carece de todo sentimiento de suficiencia, necesita constantemente de sus padres, y lo sabe. Así debe ser el cristiano delante de su Padre Dios: un ser que es todo necesidad. El niño vive con plenitud el presente y nada más; el adulto vive con excesiva inquietud por el "mañana", dejando vacío el "hoy", que es lo que debe vivir con intensidad por amor a Jesús.


II. A lo largo del Evangelio encontramos que se escoge lo pequeño para confundir a lo grande. Abre la boca de los que saben menos, y cierra la de los que parecen sabios.

Nosotros, al reconocer a Jesús en la gruta de Belén como al Mesías prometido, hemos de hacerlo con el espíritu, la sencillez y la audacia de los pequeños. Hacerse interiormente como niños, siendo mayores, puede ser tarea costosa: requiere reciedumbre y fortaleza en la voluntad, y un gran abandono en Dios. Este abandono, que lleva consigo una inmensa paz, sólo se consigue cuando quedamos indefensos ante el Señor. "Se pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa).


III. Esta vida de infancia es posible si tenemos enraizada nuestra conciencia de hijos de Dios. El misterio de la filiación divina, fundamento de nuestra vida espiritual, es una de las consecuencias de la Redención. Al ser hijos de Dios somos herederos de la gloria. Vamos a procurar ser dignos de tal herencia y tener con Dios una piedad filial, tierna y sincera.

Los niños no son demasiado sensibles al ridículo, ni tienen esos temores y falsos respetos humanos que engendran la soberbia y la preocupación por el "qué dirán". El niño cae frecuentemente, pero se levanta con prontitud y ligereza y olvida con facilidad las experiencias negativas. Sencillez y docilidad es lo que nos pide el Señor: trato amable con los demás, y siempre dispuesto a ser enseñado ante los misterios de Dios. Aprenderemos a ser niños cuando contemplamos a Jesús Niño en brazos de su Madre.  

viernes, 16 de diciembre de 2011

Sin embargo, no quieren aceptar que eres el Hijo de Dios. Jesús, ¿cómo es posible que, viendo tus milagros, no creyeran en Ti? Tú mismo me das la respuesta en la parábola del rico Epulón: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16,31). Si no hago oración, si no tengo una vida de piedad en serio, si no sigo tus consejos ni los consejos de los ministros de tu Iglesia, ningún suceso extraordinario me dará la fe. ¡Cuánta gente ha vivido verdaderos milagros y ni se ha dado cuenta de que Tú estabas detrás. Para verte, antes hay que tener ojos de fe o, al menos, querer tenerlos.







«Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo el testimonio de hombre, sino que os digo esto para que os salvéis. Aquél era la antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis alegraros por un momento con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, pues las obras que me ha dado mi Padre para que las lleve a cabo, las mismas obras que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me ha enviado». (Juan 5, 33-36) 


I. Jesús, hoy me hablas de tus milagros: «las obras que me ha dado mi Padre dan testimonio de mí.» Juan también había dado testimonio de Ti, y su luz alumbró durante un tiempo. «Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan». Junto con las profecías del Antiguo Testamento -que se cumplieron en Ti con una exactitud inexplicable humanamente-, los milagros salidos de tus manos son una prueba irrefutable de que eres el Mesías enviado por Dios.

Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hechos 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado. Hasta los dirigentes judíos se dan cuenta: «Entonces los pontífices y los fariseos convocaron el sanedrín y decían: ¿qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él» (Juan 11,47-48). 

Sin embargo, no quieren aceptar que eres el Hijo de Dios. Jesús, ¿cómo es posible que, viendo tus milagros, no creyeran en Ti? Tú mismo me das la respuesta en la parábola del rico Epulón: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16,31). Si no hago oración, si no tengo una vida de piedad en serio, si no sigo tus consejos ni los consejos de los ministros de tu Iglesia, ningún suceso extraordinario me dará la fe. ¡Cuánta gente ha vivido verdaderos milagros y ni se ha dado cuenta de que Tú estabas detrás. Para verte, antes hay que tener ojos de fe o, al menos, querer tenerlos. 


II. « ¿Has visto? -¡Con Él, has podido! ¿De qué te asombras? -Convéncete: no tienes de qué maravillarte. Confiando en Dios -¡confiando de veras!-, las cosas resultan fáciles. Y, además, se sobrepasa siempre el límite de lo imaginado» (Surco.-123). 

Jesús, sigues haciendo milagros. Sólo me pides que confíe en Ti, que confíe de veras. Sobre todo quieres hacer muchos milagros de tipo sobrenatural: conversiones, decisiones de mayor entrega, nuevos campos apostólicos, victorias en la lucha ascética contra defectos arraigados. ¡Con El, has podido! ¿De qué te asombras?

Jesús, quieres que me apoye mucho en Ti para mejorar mis virtudes y superar los defectos que me impiden amarte más. También estás dispuesto a ayudarme en mis necesidades humanas y materiales, y en las de los demás. Por ello, es bueno que pida para que se solucione aquella dificultad familiar, o una enfermedad, o un examen. También es cristiano pedir por el fin de las guerras, de las injusticias y de los sufrimientos de los hombres. Tú puedes hacer -y haces continuamente- muchos milagros materiales, especialmente cuando los pedimos a través de la intercesión de tu Madre la Virgen o de algún santo. 

Sin embargo, no siempre me concedes lo que te pido. ¿Es que no me escuchas? Jesús, Tú sabes más que yo. Cuando no me concedes lo que te pido, es porque no me conviene o porque me tratas como tu Padre te trató: cargándote con la cruz. Dios bendice con la Cruz. La cruz es una muestra de confianza. Cuando me envías una dificultad, me estás dando una ocasión de unirme y parecerme más a Ti. No quieres que me busque cruces, pero tampoco que me rebele cuando me las envíes. ¡Qué gran testimonio cristiano da el que lleva con alegría su cruz. Dame, Jesús, la fortaleza y la fe para saberla llevar, si me la envías.

 El tiempo de Adviento prepara también nuestra alma a la expectación de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. Vendrá Jesucristo como Redentor del mundo, como Rey, Juez y Señor de todo el Universo. Y sorprenderá a los hombres ocupados en sus negocios, sin advertir la inminencia de su llegada. Se reunirán a su alrededor buenos y malos, vivos y difuntos: Todos los hombres se dirigirán irresistiblemente hacia Cristo triunfante, atraídos unos por el amor, forzados los otros por la justicia (Santos Evangelios, EUNSA).

Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre (Mateo 24, 30), la Santa Cruz; esa Cruz tantas veces despreciada y abandonada. Jesucristo se mostrará con toda su gloria, y entonces daremos por bien empleados todos nuestros esfuerzos, todas aquellas obras que hicimos por Dios, aunque nadie se diera cuenta. Y sentiremos una gran alegría al ver la Cruz que quisimos poner en la cima del mundo.


II. Allí estarán todos los hombres desde Adán. En la segunda venida de Cristo se manifestará públicamente el honor y la gloria de los santos, porque muchos de ellos murieron ignorados, despreciados, incomprendidos, y ahora serán glorificados a la vista de todos. 

Los propagadores de herejías recibirán el castigo que acumularon a lo largo de los siglos, cuando sus errores pasaban de unos a otros impidiéndoles que encontraran el camino de la salvación. Se verá el verdadero valor de los hombres tenidos por sabios, pero maestros del error, mientras otros que merecían recibir honores, fueron relegados al olvido. Los juicios particulares serán confirmados y dados a conocer públicamente. La glorificación del Dios-Hombre, Jesucristo, alcanzará su punto culminante en el ejercicio de Su potestad judicial sobre el Universo. 


III. Antes de la segunda venida gloriosa de Nuestro Señor tendrá lugar el propio juicio particular, inmediatamente después de la muerte, que, como lo enseña la Revelación, es un paso, un trámite hasta la vida eterna. Nada dejará de pasar por el tribunal divino: pensamientos, deseos, palabras, acciones y omisiones. Cada acto humano adquirirá entonces su verdadera dimensión: la que tiene ante Dios, no la que tuvo ante los hombres.

Jesucristo no será un Juez desconocido porque hemos procurado servirle cada día de nuestra vida. Nos conviene meditar sobre el propio juicio al que nos encaminamos, y así nos preparamos para la Nochebuena: Ven, Señor Jesús, no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor. 
(Oración del día 24)

jueves, 15 de diciembre de 2011

Fascinante misterio el del cuerpo




Hace unos días la liturgia del Adviento nos recordaba que: Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre… (Is 40, 1-11).

Fascinante misterio el del cuerpo humano. Afirmar que el cuerpo es una de las fuerzas más poderosas que posee el ser humano me parece que no es exagerar. Evidentemente no me refiero a su fuerza física, sino a la fascinante y gigantesca fuerza que difunde con solo ser mostrado. Hay en él un brillo poderosísimo que evoca su origen modelado por el mismo Dios…  
Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre… (Is 40, 1-11).  

Fascinante misterio el del cuerpo. Y es que desde la caída original la hermosura de esta obra de Dios resulta con frecuencia deslumbradora y violenta para los demás. Por eso el pudor, que está mucho más inscrito en nuestra naturaleza de lo que pensamos, resulta la forma más eficaz de proteger a los demás del brillo de nuestro cuerpo. Porque del mismo modo que un automóvil me deslumbraría e impediría conducir si me enfocase con la luz larga de sus poderosos faros, así cuando una persona hermosa exhibe su cuerpo con la intención de deslumbrarme, violenta mi libertad de tal modo que no me deja otra opción que cubrirme o ser devorado por una luz que yo no he elegido; porque ya no puedo seguir adelante como si tal cosa.

Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre

Fascinante misterio el del cuerpo. En él descubrimos también la fealdad del pecado. Efectivamente, en su decadencia el cuerpo resulta algo lastimoso; con el paso de los años, las enfermedades, los excesos… La obra que Dios mismo modeló pasa a ser decrepitud, de tal intensidad  a veces, que nos hace huir horrorizados y gritar desde nuestro interior que eso no debía ocurrir, nos revelamos ante ese horror… Y con frecuencia renace una especie de pudor tardío que intenta esconder la fealdad del cuerpo y la realidad de la muerte…

Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre

Fascinante misterio el del cuerpo. Caímos. La serpiente destruyó la belleza serena del paraíso eterno y la vergüenza cubrió el horror de un pecado que nos arrojó a las encrespadas aguas del tiempo… Un tiempo que nos despeña hacia los abismos de muerte cada vez más rápido.

Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre

Fascinante misterio el del cuerpo. Caímos. Y por eso el cuerpo está gritando que necesita también urgentemente un salvador. La Navidad en cuanto que significa la Encarnación de Dios me llena de alegría y de esperanza, porque entiendo que todo un Dios viendo nuestros cuerpos encadenados al yugo de la muerte y del pecado, vino gozoso hasta nosotros en la forma de un Cuerpo Santo para liberarnostambién en el cuerpo. Por eso quiero que rece también mi cuerpo en este Adviento:¡Ven, Señor Jesús! No tardes…

«De que tú y yo nos portemos como Dios quiere -no lo olvides-dependen muchas cosas grandes»




«Después de marcharse los enviados de Juan, comenzó a decir a las muchedumbres acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas delicadas? Mirad, los que visten con lujo y viven entre placeres están en palacios de reyes. ¿Qué habéis salido a ver? ¿Un profeta? Si; os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío delante de ti mi mensajero, que vaya preparándote el camino.

Os digo, pues, que entre los nacidos de mujer nadie hay mayor que Juan; aunque el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él. Y todo el pueblo y los publicanos, habiéndole escuchado, reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los doctores de la Ley rechazaron el plan de Dios sobre ellos, no habiendo sido bautizados por él». (Lucas 7, 24-30) 


I. «Pero los fariseos y los doctores de la Ley rechazaron el plan de Dios sobre ellos». Por tanto, Jesús, Tú tenias pensado otros planes para ellos; otros planes que no quisieron seguir, usando mal su libertad. ¿Qué hubiera pasado si los hubieran seguido? Probablemente, el mundo sería distinto.

Jesús, Tú también me has preparado unos planes, una misión que debo cumplir en la tierra. Y para que la pueda llevar a cabo, me has dado unos medios humanos y sobrenaturales: unas capacidades humanas, una familia, unos amigos, unas circunstancias económicas; y la gracia de Dios necesaria, que encuentro habitualmente a través de los sacramentos. 

Jesús, las circunstancias que me han llevado a conocerte ya las tenias previstas: unos padres cristianos, un amigo, un maestro, un acontecimiento que me ha hecho pensar. Seguramente me has estado enviando «gracias actuales», es decir, gracias específicas para situaciones concretas: «intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación» (CEC.- 2000). Son estas gracias las que me han impulsado a querer conocerte más. ¿Cómo no agradecértelo, Jesús? Quiero corresponder a tus llamadas, quiero seguir tus planes, no rechazarlos como hicieron los fariseos y doctores de la Ley. 


II. «De que tú y yo nos portemos como Dios quiere -no lo olvides-dependen muchas cosas grandes» (Camino.-755).

Jesús, estás a punto de nacer. Estás ahí, aún en el vientre de tu madre, y ya me das una lección: obediencia a los planes de Dios. La Humanidad lleva siglos esperando, pero Tú no te impacientas. Esta es siempre tu regla de conducta: hacer lo que quiere tu Padre Dios. Por eso, ya desde el seno de Maria, sigues obedientemente los planes trazados por Dios desde la eternidad: quieres nacer como un niño normal, sin espectáculo, sin más cosas extraordinarias que las estrictamente necesarias. 

De mi obediencia a tus planes, Jesús, dependen muchas cosas grandes. ¿Qué quieres hoy de mí? Que no me pase como a esos fariseos y doctores de la Ley, que eran los que estaban más preparados para conocer tu venida: rechazaron el plan de Dios sobre ellos. ¡Qué pena! Yo también tengo muchas posibilidades de conocerte más, de tratarte personalmente, incluso puedo recibirte en la comunión, si mi alma está limpia. 

Que no me pase por alto la misión que me tienes reservada; que no me desentienda de esa vocación a la santidad que has puesto en el corazón de todos los hombres. Quiero estar seguro de no fallar en esto, Señor. Por eso me interesa preguntar, aconsejarme, escuchar a alguien capaz de ayudarme y... ¡dejarme ayudar! Alguien que entienda mis circunstancias y que esté cerca de Ti, que luche también por cumplir tu voluntad por encima de todas las cosas.

¡Qué gran ayuda es la dirección espiritual! Que me dé cuenta de que necesito ayuda para conocer tu voluntad, y que aprenda de Ti a obedecer los planes que Dios tiene para mí. 



I. Viene el Señor a visitarnos a traernos la paz, y ha de encontrarnos como el siervo diligente (Marcos 13, 37) a quien su señor le encuentra vigilante en su puesto cuando regresa después de un largo viaje. Vigilar es sobre todo amar. Puede haber dificultades para que nuestro amor se mantenga despierto: el egoísmo, la falta de mortificación y de templanza, amenazan siempre la llama que el Señor enciende una y otra vez en nuestro corazón. Por eso es preciso luchar para sacudir la rutina.

Para el cristiano que se ha mantenido en vela, ese encuentro con el Señor no llegará inesperadamente, no vendrá como ladrón en la noche (1 Tesalonicenses 5, 2), no habrá sorpresas, porque en cada día se habrán producido ya muchos encuentros con Él, llenos de amor y confianza, en los Sacramentos y en los acontecimientos ordinarios de la jornada. 


II. Estamos alerta cuando nos esforzamos por hacer mejor la oración personal, que aumenta los deseos de santidad y evita la tibieza, y cuando cuidamos la mortificación, que nos mantiene despiertos para las cosas de Dios. También vigilamos mediante el delicado examen de conciencia. Nuestra vigilancia ha de estar en las cosas pequeñas de cada día, porque así colocamos nuestras posiciones de lucha lejos de los muros capitales de la fortaleza (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino). 

Y porque las cosas pequeñas suelen ser la antesala de las grandes. Afinemos en pureza interior mediante la mortificación de la memoria y la imaginación, durante estos días de espera en la Navidad, para recibir a Cristo con una mente limpia, en la que eliminando todo lo que va contra el camino o está fuera de él, no quede ya nada que no pertenezca al Señor. 


III. Esta purificación del alma por la mortificación interior no es algo meramente negativo. Ni se trata sólo de evitar lo que esté en la frontera del pecado; por el contrario, consiste en saber privarse, por amor a Dios, de lo que será lícito no privarse. La mortificación de la memoria y la imaginación nos abre el camino a la vida contemplativa, en las diversas circunstancias en la que Dios nos haya querido situar.

La liturgia de Adviento nos repite insistentemente: Crea en mí, ¡OH Dios!, un corazón puro (Salmos 50, 12), y hoy hacemos propósitos concretos de vaciarlo de todo lo que no agrada al Señor, y de llenarlo de amor como hicieron la Virgen Santísima y San José.