Visitar estos dos link.

viernes, 5 de agosto de 2011

Para ser verdaderamente socialmente responsable es imprescindible servir de manera eficaz a los más necesitados.



Pero es vital comprender que “el drama de los pobres no es tanto su indigencia como su imposibilidad de vivir una existencia digna del hombre.

El desarrollo no consiste sólo en alimentar o vestir a la humanidad, en repartir arados o picos, en cavar pozos o canales. El desarrollo es la elevación del hombre completo, su acceso a una vida digna del hombre.”. Para la recta realización de tal fin, se imponen principios claves. Sin ellos impactaremos poco aunque invirtamos mucho.
En México, la Secretaría de Desarrollo Social, a través de su Programa Oportunidades, invierte anualmente alrededor de 60 mil millones de pesos para los más necesitados. Pero el grueso de los índices de pobreza siguen incrementándose año con año.
Hace poco, un alto funcionario, me preguntó por qué nuestros proyectos tenían tanto éxito (medido por sus propios indicadores). Le respondí sin más: “porque los amamos”. Se mofó tímidamente, aunque sin malicia, y quedó en silencio esperando una respuesta realista. Abrí entonces mi librito de Mil y un pasos en el Camino de la Esperanza de del Siervo de Dios Cardenal Van Thuan -que siempre cargo- y recité los números 584 y 585: “No te contentes con socorrer al prójimo. Evita hacer lo que es más fácil: dar. El Señor exige de ti una actitud mucho más difícil: ayudar a otros de modo que ellos puedan ayudarse a sí mismos y sean capaces de ayudar a todos sus hermanos. El Señor desea nuestra colaboración en la obra de la creación y en la de la redención del mundo. Si esto lo hiciera Dios solo, la obra sería ciertamente perfecta, pero el hombre perdería en dignidad. Necesitamos imitar los métodos de trabajo de Dios.”
Es una paradoja, nos afanamos en implementar proyectos sociales que auxilien, pero frecuentemente lo hacemos de manera que el resultado final los denigra. Actuamos como si los beneficiarios debieran vivir eternamente agradecidos con nosotros. Procedemos inútilmente al hacerles sentir inferiores, les hacemos dependientes de nuestras dádivas y dejamos un mensaje implícito: como tú no puedes hacer nada sólo, tengo que hacerlo yo.
Desde nuestras fundaciones “podríamos entonces jugar al hermano mayor, el indispensable. Pero tu misión es la de formar responsables, hombres ‘en pie’, hombres dignos de este nombre (Ibíd. 592) […] Desaparécete para qué los demás crezcan. Pregúntales antes que darles. Aprende a socorrerlos de modo que también ellos sean capaces de socorrer a los demás. No te erijas en bienhechor o en donador. Hazte hermano y servidor de todos. Sea cual fuere la felicidad que proporciones ayudando a tus hermanos, no dejes que se queden pasivos. De esa manera no favorecerías su verdadero desarrollo.” (Ibíd. 586 y 587).
“No será fácil, pero debes tomar la decisión de ayudar a los demás: a despertar de su letargo, a reflexionar, a organizarse, a luchar, a oponerse a ti cuando sea necesario. Conocerás una verdadera felicidad cuando veas a los otros subir contigo.”
Unidos en la oración. ¡Dios te bendiga!

No hay comentarios: